El sacerdote sin cabeza de tonala
El sacerdote franciscano de nuestra historia llevaba una vida ejemplar dedicada a servir a Dios; era muy querido, respetado por los fieles y toda persona que lo conocía; pero no todo era perfecto, pues también tenía enemigos que lo envidiaban y lo acusaron a la Inquisición de tener pacto con el diablo.
Una noche que el padre se encontraba cenando, fue apresado sin explicación alguna y llevado a una de las cárceles de la Inquisición. Pero como las autoridades eclesiásticas no tenían pruebas para culparlo, decidieron que confesara aplicándole la tortura de trato de cuerda.
El pobre padre al encontrarse a metro y medio de altura lo dejaron caer y lo levantaron de un jalón con dolores terribles. El padre se confesó una y otra vez inocente; los inquisidores no se conformaron y le pusieron peso en sus pies para que el dolor fuera más intenso, pero aún así el religioso se seguía declarando inocente.
Después de una prolongada y dolorosa tortura, el padre se declaró culpable de todos los cargos, entonces fue juzgado y condenado.
Fue vestido con un gorro puntiagudo (capirote) y un capote amarillo de lana, que llevaba estampada una cruz de San Andrés, rodeada de llamas (sambenito) para que la gente lo insultara y le arrojara cosas. Pero, como el religioso era muy querido la gente se encerró en su casa para no ver la humillación de la que era víctima.
Después de la procesión, el padre fue ahorcado y decapitado.
Dicen las personas que viven en la localidad que aquellos que pasan por el árbol en donde se le ahorco, ven a un sacerdote sin cabeza oficiando la misa en latín. Dicen las malas lenguas que del cuello del sacerdote brotan chorros de sangre, y que las palabras que pronuncia parecen brotarle del corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario